Nocnitsa
La Nocnitsa, o "Bruja de la Noche", en la
mitología eslava, es un espíritu de pesadillas que también es llamado
"Krisky" o "Plaksy". La Nocnitsa está presente en el folklore
polaco, ruso, serbio y eslovaco. Es conocida como el tormento de los niños por
la noche, e incluso madres de algunas regiones colocaban un cuchillo en la cuna
de sus niños, o bien, dibujaban un círculo alrededor de las cunas con un
cuchillo para protección. Esto puede estar fundamentado en la creencia de que
los seres supernaturales no podían tocar el hierro.
***
La noche se astilló en estrellas, la oscuridad se le rompió
en las manos e inundó el cielo, una noche mordiente que le cerró los ojos y le
cantó una nana llena de hambre con viejas palabras que pesaban en la lengua
como pesadillas.
Entonces escuchó el sonido de unas uñas arañando el cristal
de la ventana. Casi le dio tiempo a pensar que ojalá su corazón estuviera hecho
de hierro.
Casi.
Hay una tierra al este, siempre al este de donde te
encuentres, donde las historias que se cuentan a la luz de la hoguera se sientan
a tu lado a calentarse los huesos, a suspirar con nostalgia. Un lugar donde las
sombras de los bosques son tan alargadas y tan densas, están tan vivas, que
puedes escucharlas murmurar, invitadoras, con la voz de los árboles antiguos
que echan de menos un mundo que ya no existe, resonando en tus oídos como el
reguero de la savia, del color del musgo.
Hay una tierra al este que está hecha de cuentos en los que
sólo crees cuando es de noche.
Y no te dejan dormir.
Toda la aldea tembló cuando los mercaderes trajeron la
noticia. Las madres no se santiguaron porque ya no sabían, los padres se
refugiaron en un gesto adusto cincelado en piedra, casi imborrable en aquella
tierra castigada por una magia sucia, terrible, y antigua. Demasiado antigua,
demasiado famélica.
Hay una Nocnitsa en
los alrededores.
Los niños fueron los únicos que no se dieron de bruces
contra el rumor que serpenteaba por las calles y que demacraba el semblante de
todo aquel con el que se cruzaba, recordándoles a los adultos que la peor de
las noches tenía dedos huesudos y voz chirriante, y olía a bosque. Que la peor
de las noches tenía nombre.
Hacía más de cien años que no se había visto a una Nocnitsa
en aquella zona. En ocasiones les llegaban retazos de historias sobre regiones
con menos suerte que habían perdido toda una generación de niños en manos de la
bruja de la noche, niños que ya no despertaban y padres que salían a los
bosques con antorchas y rastrillos, con los ojos arrasados por una pena que
sólo sabía calmar la sangre, en el estómago una desazón tan honda que no tenía
fin.
Nunca habían pensado que en algún momento les tocaría a
ellos, que la pesadilla se acordaría de aquella aldea olvidada hecha de madera
e invierno, y que sólo ofrecía al mundo jóvenes que huían a la ciudad en busca
de un futuro que no llenara las manos de heridas por arrancarle comida a la
tierra.
Todas las historias tristes empezaban igual.