jueves, 30 de junio de 2016

No me dejes dormir


Nocnitsa

La Nocnitsa, o "Bruja de la Noche", en la mitología eslava, es un espíritu de pesadillas que también es llamado "Krisky" o "Plaksy". La Nocnitsa está presente en el folklore polaco, ruso, serbio y eslovaco. Es conocida como el tormento de los niños por la noche, e incluso madres de algunas regiones colocaban un cuchillo en la cuna de sus niños, o bien, dibujaban un círculo alrededor de las cunas con un cuchillo para protección. Esto puede estar fundamentado en la creencia de que los seres supernaturales no podían tocar el hierro.

***

La noche se astilló en estrellas, la oscuridad se le rompió en las manos e inundó el cielo, una noche mordiente que le cerró los ojos y le cantó una nana llena de hambre con viejas palabras que pesaban en la lengua como pesadillas.

Entonces escuchó el sonido de unas uñas arañando el cristal de la ventana. Casi le dio tiempo a pensar que ojalá su corazón estuviera hecho de hierro.

Casi.



Hay una tierra al este, siempre al este de donde te encuentres, donde las historias que se cuentan a la luz de la hoguera se sientan a tu lado a calentarse los huesos, a suspirar con nostalgia. Un lugar donde las sombras de los bosques son tan alargadas y tan densas, están tan vivas, que puedes escucharlas murmurar, invitadoras, con la voz de los árboles antiguos que echan de menos un mundo que ya no existe, resonando en tus oídos como el reguero de la savia, del color del musgo.

Hay una tierra al este que está hecha de cuentos en los que sólo crees cuando es de noche.

Y no te dejan dormir.


Toda la aldea tembló cuando los mercaderes trajeron la noticia. Las madres no se santiguaron porque ya no sabían, los padres se refugiaron en un gesto adusto cincelado en piedra, casi imborrable en aquella tierra castigada por una magia sucia, terrible, y antigua. Demasiado antigua, demasiado famélica.

Hay una Nocnitsa en los alrededores.

Los niños fueron los únicos que no se dieron de bruces contra el rumor que serpenteaba por las calles y que demacraba el semblante de todo aquel con el que se cruzaba, recordándoles a los adultos que la peor de las noches tenía dedos huesudos y voz chirriante, y olía a bosque. Que la peor de las noches tenía nombre.

Hacía más de cien años que no se había visto a una Nocnitsa en aquella zona. En ocasiones les llegaban retazos de historias sobre regiones con menos suerte que habían perdido toda una generación de niños en manos de la bruja de la noche, niños que ya no despertaban y padres que salían a los bosques con antorchas y rastrillos, con los ojos arrasados por una pena que sólo sabía calmar la sangre, en el estómago una desazón tan honda que no tenía fin.

Nunca habían pensado que en algún momento les tocaría a ellos, que la pesadilla se acordaría de aquella aldea olvidada hecha de madera e invierno, y que sólo ofrecía al mundo jóvenes que huían a la ciudad en busca de un futuro que no llenara las manos de heridas por arrancarle comida a la tierra.


Todas las historias tristes empezaban igual.